
I can see it in your eyes
You're tired of fighting everyday
Trying to struggle through the night
Yes I know that it's hard to carry on
So just lay down your head
And in your dreams you will be strong
Un perico pasó volando delante mío, presumiéndome su libertad, quizás había escapado de su jaula, quizás lo habían dejado salir, quizás siempre fue libre, pero lo vi en sus ojos, ese aire de superioridad, no lo culpe. Mientras volaba el ave frente a mí, el reporte del clima me decía insistentemente que guitarras derretidas habían emergido del suelo, me negué a creerlo, aún no lo creo.
Mi día comenzaba apenas, un día como tantos otros, rodeada de gente a la que no le agrado, es imposible agradarle a todos, he escuchado decir, pero quisiera agradarle a las personas que me agradan, quizás sea mi aspecto descuidado, mis malas conversaciones, la forma en la que camino o simplemente mi presencia lo que incomoda, me pregunto si algún día lo sabre, mientras seguiré intentando.
Extraño mi música y su dulce compañía, desde que mis audífonos molidos por el uso dejaron de funcionar, me siento más sola, sola rodeada de gente a la que no le agrado, todo el día, todos los días, toda la vida.
El transporte urbano es una molestia, siempre lleno de gente bizarra, payasos con los mismos chistes gastados, mujeres corpulentas enseñando el arete del ombligo, los cholos al fondo, estudiantes con mil libros en los brazos, estudiantes que ni un lápiz cargan, señores penetrados a olores inexplicables, la señora que dejo su carrera por cuidar a sus 6 hijos, soñando como pudo haber sido, mientras ellos brincotean de asiento a asiento y aquel viejito a quien nadie le da el lugar. Un amable hombre se levanta al verme subir, me ofrece el asiento, y yo se lo cedo al anciano, ambos se enojan, el anciano quien siempre ha sido un caballero no permitiría que alguien de mi sexo fuera de pie, el hombre pensó darme el asiento para ver a través de mi escote y no a través de la camisa del anciano, sin más remedio tome el asiento, por suerte, ambos hombres bajaron rápido, dando oportunidad a otras personas para abordar, una señora con un bebe se sentó a mi lado, evite toda conversación con ella, me comunique sólo con el bebe, quería tocarlo, me invadió esa sensación de ternura que sigue del encuentro con esas inocentes criaturas, pero tocarlo estaba totalmente prohibido para mi, en ese momento sentía las manos sucias, rasposas, grotescas, si lo tocaba lo dañaría, además la señora se veía imponente, agresiva. Comencé a acariciar mi propia mejilla, todo el camino a casa. Mientras caminaba, ya en la banqueta, pensaba en cifras, 260 por minuto, 260 nacimientos por minuto alrededor del mundo, de pronto ya no me sentía tan especial como dicen que me debo de sentir, y en ese momento cruzaba una calle sin saberlo, sumergida en mis pensamientos, de un carro provenían gritos furicos advirtiéndome que me atropellaría si no me apuraba, y me apure, mientras otro carro que no me vio apenas alcanzó a frenar al llegar a mi.
Mamá abrió la puerta –Nunca te vas a morir –dijo – justo estaba pensando en ti.
Vaya condena.